sábado, 29 de septiembre de 2007

¿Qué haces en el suelo?

Aún resuenan en mi cabeza los ecos de esa pregunta formulada inocentemente por mi “otro lado de la cama”, cuando sufrí un percance que ahora se me torna en imagen del programa “Escenas de matrimonio” por las risas que nos provoca su recuerdo, pero que no estuvo exento de su factura.

En una mañana de hace tres años, decidí acompañar a mi “otro lado de la cama” a realizar unas cuantas gestiones burocráticas por la ciudad, habiendo desechado la idea de utilizar el vehículo para caminar y hacer ejercicio.

Pues, bueno, fuimos dando buena cuenta de los asuntos pendientes, por lo que nos quedaba tiempo suficiente para acercarnos a una tienda de ropa que quería visitar. Así, durante el trayecto hacia la misma, mi “otro lado de la cama” optó sin previo aviso ni consulta por cambiar su rumbo, cruzando de acera con el fin de ver los anuncios de una agencia de viajes, hecho que conocí después de mi infortunio.

Emulando a Fernando Alonso en cualquiera de sus luchas fraticidas con sus rivales, seguí su estela decididamente, hasta que mi marcha se vio interrumpida por una salida de pista: sorteando los coches aparcados, fui a bajar la acera, cuando sentí un enorme dolor en mi tobillo izquierdo, seguido de un aterrizaje sin frenos de toda mi largura contra el negro asfalto.

En ese momento, escuché la voz de mi “otro lado de la cama” procedente de la acera contraria, diciendo: ¿Qué haces en el suelo? Me levanté como un resorte, a pesar de la incesante sensación de daño que comenzaba a experimentar en mi pie, entre una mezcla de enrojecida cólera y vergüenza. No entendía muy bien aquella pregunta, mientras yo no cesaba de mirar alrededor y rezar porque nadie me hubiera visto dar semejante traspiés.

Cruzó raudo y veloz ante mi gesto torcido, al mismo tiempo que yo le preguntaba con cierta sorna si creía que me había tirado a sus pies como muestra de amor e intentaba sentarme en un banco cercano dada la intensidad del dolor de tobillo que me estaba produciendo hasta mareos.

En resumen, una de esas canalizaciones que mejoran el desagüe de lluvia en sus días más intesos provocó esta anécdota para el recuerdo, aunque también el consiguiente esguince de tobillo que los cambios de tiempo se empeñan en recordarme.

La moraleja de la historia es que procures mirar donde pisas, por muy bonito que sea el trasero que tengas delante… (Jeje)

2 comentarios:

Su otro lado de la cama dijo...

Lo que no cuenta Alex es que, como todo lo que hace, se fue al suelo en el más perfecto de los silencios...sin un grito, sin un quejido. De ahí mi sorpresa al ver toda la extensión de su cuerpo de repente en tierra. De ahí también mi absurda pregunta ¿pero qué haces en el suelo?

Alex Sual dijo...

Su otro lado de la cama: Ya sabe que pertenezco a un orden secreta donde impera la ley del silencio, si bien por qué habría de haber gritado: por caerme al suelo, por la torcedura o por su culo bonito.
Sólo me quejé cuando realmente debía quejarme, antes no hubo necesidad de hacer más ruido

 

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