viernes, 17 de octubre de 2008

No hay mal que por bien no venga

Después de una dramática tormenta, como hacía más de cincuenta años que no se había visto en las aguas del Índico, aquel navío, que había zarpado del puerto de Bombay, se hundió irremediablemente. El desastre fue tan colosal que de 137 marineros sólo sobrevivió uno, el más joven de toda la tripulación. El náufrago llegó a una isla deshabitada de las miles de islas deshabitadas que existen en la zona. Pero ésta, además, estaba a más de mil leguas de cualquier ruta comercial, por lo que las probabilidades de que alguien pudiera rescatar algún día de algún año al joven eran prácticamente inexistentes.

El hombre rezó fervientemente para ser rescatado y a diario oteaba el horizonte en busca de una ayuda que no llegaba. Con los días, cansado de esperar, optó por construirse una cabaña de madera para protegerse de los elementos y guardar las pocas pertenencias que el mismo mar trajo del barco hundido. También aprendió, con mucha paciencia, a construirse algunos muebles, lo que le proporcionó un mínimo de bienestar. Acostumbrado a vivir solo, pensaba que estaba en el mejor de los mundos posibles dada su desgracia, ya que llevaba una vida bastante cómoda.

Un día que salió a cazar como tenía por costumbre hacer una vez a la semana, se desató una fuerte tormenta, casi tan violenta como la que le llevó hasta tierra firme doce meses antes. Se refugió bajo un frondoso árbol a la espera de que amainara, pero cuando regresó a su cabaña se la encontró envuelta en llamas y con una gran columna de humo levantándose hacia el cielo.

Lo peor había ocurrido; lo había perdido todo. Ya no tenía muebles, ni enseres, ni ropa, ni libros, ni mantas... La desesperación y la rabia lo encendían. Todo se lo había llevado el fuego. El hombre se lamentaba a su dios:


- ¡Oh, Alá!, ¿cómo has podido hacerme esto? ¿Cuántas pruebas más deberé pasar?


Sin embargo, al amanecer del día siguiente se despertó con el sonido de un barco que se acercaba a la isla, ¡habían venido a salvarlo!


- ¿Cómo supieron que estaba aquí?, -preguntó el cansado hombre a sus salvadores.


- Vimos una señal de humo y eso nos condujo a desviarnos de nuestro camino habitual -contestaron ellos.

La desgracia que tanto lo había afligido unas horas antes fue, en realidad, lo que le salvó.

Anónimo sufí.

3 comentarios:

Pedro dijo...

De donde se demuestra, que Dios, Alá, o quien esté allá arriba, escribe derecho con renglones torcidos.
Estoy seguro que la tripa que me precede tiene un significado y un fin...¡bueno, quizá...!

dintel dijo...

Clara historia que apoya el refrán de "no hay mal que por bien no venga".

Anónimo dijo...

Hoy es día de encuentros, Alex. Ésto de internet no es tan grande como parece.
Un saludo. Buen blog.

 

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